V RECITAL: 16 de decembro

Anita Nuñez-Torrón Stock. Cinco minutos más para mi Vietnam

A corazón abierto

No puedo explicarlo muy bien.

No era la forma en que se movía
y detenía el mundo.
Era más bien esa manera
tan jodidamente bonita
que tenía de callar
y gritarlo todo bailando,
con los dedos,
con los pies,
yo que sé,
yo no tenía ni idea de lo que quería decirme,
y aún así podía escucharla durante horas,
mientras jugaba a no mirar hacia delante:
era como vivir con el corazón abierto y los ojos cerrados.

No era la forma que tenía de cantar,
y juro que había mil pájaros
escuchándola siempre en su ventana,
si no la forma en que su silencio
atrapaba la atmósfera,
en ese punto exacto
en el que su voz se desvanecía,
como llevada por el viento,
por el tiempo,
y seguía desgarrando mis entrañas.

No era la manera que tenía de quererme,
claro que no,
era la forma que tenía yo de quererla a ella,
me enseñó algo así
como que querer y respirar
eran casi hermanos gemelos,
bastardos, eso sí,
y que el dolor
es también una sensación preciosa.
Pero tampoco era la manera que tenía de enseñarme,
porque nunca lo hizo,
fue la forma que tuve yo de aprender
que el amor no era otra cosa
que quererla para siempre de algún modo
y a pesar de todo,
de aprender que las tormentas siempre me recordarían a ella,
y que las primeras flores crecerían siempre en su pelo,
y se marchitarían en mis pupilas.

No sé cómo explicarlo,
no era ella,
era yo,
yo cuando la quise por primera vez y supe que sería
para siempre.

Así que no me digáis que el amor
solo es abrazarse hasta que amanezca
y recordar su aliento
cada vez que huele a café y a champú
por la mañana.

El amor también es la soledad
que siento cuando estoy con ella
y soy incapaz de abrazarla.

No sé,
yo creo
que el amor es darse de hostias
con el dedo meñique
cada mañana contra el mismo sofá
y que siga siendo tu favorito a la hora de la siesta.

Pero creo que no sé explicarlo muy bien.

A quemarropa

Hoy también puede ser un día inolvidable.
Despertarme contigo,
oler tu miedo,
y abrazarlo muy fuerte,
hasta que desaparezca.
Perder el tiempo
de la manera más bonita de todas:
entre tu pelo.
Acariciarte,
recorrerte,
de arriba abajo,
entera,
como si fueses Barcelona.
Y si existe un mundo ahí fuera,
que nadie nos lo recuerde,
porque hoy no nos hace falta
saber que las calles están ardiendo
-o peor,
que dejaron de arder,
y ya solo quedan cenizas-
Hoy no queremos oír hablar de ruinas,
aunque vivamos en ellas.
Hoy solo me haces falta tú,
y una poesía,
te digo
(una poesía que te diga
que solo me haces falta tú)
Poner música,
para perdernos entre acordes,
en silencio,
y que hablen nuestros ojos
mientras nuestras bocas se miran
-cansadas de buscarse la una a la otra
en la boca de otros-
¿De que sirve hablar,
si ya agotamos las palabras?
Prefiero contarte con mis manos
mil historias,
y bailarte con las pestañas,
lo que mis pies no supieron
por donde empezar. Prefiero decirte que te quiero
a base de caricias,
que burlarme de tus tímpanos con promesas
que tardaremos un día en incumplir.
-porque será eso lo que tardes en marcharte,
en desaparecer de nuevo,
para dejarme vacía,
y llena de rabia,
hecha una antítesis de odio y amor-
Prefiero mil veces lamer tus heridas,
que escuchar hablar de cicatrices ajenas
y no olvidar así el sabor de tus balas
-aunque es imposible,
porque tu mirada,
a quilométros de distancia,
es un disparo a quemarropa-
Prefiero no pensar que el amor dura para siempre,
y no ahogarnos en excusas,
ni en recuerdos edulcorados,
prefiero quererte, cómo no, a quemarropa,
cuando estás cerca,
sabiendo desde el primer momento,
que este día se acaba,
que este sol se apaga,
y tú,
con él.

Autodisparo

A partir de entonces,
en la penumbra de mi habitación,
todas las mujeres se llamaron Violeta.

A partir de entonces,
Violeta muere cada noche en mi cabeza,
como murió aquella noche en su espalda,
en la absurda, escuálida, arquitectura de su omóplato.

De regreso a mi prisión de cemento, quinto efe,
las primeras gotas de lluvia desdibujan la silueta de Violeta en mi cabeza,
para volverla a dibujar en las ventanillas, en el retrovisor, en cualquier parte.
Violeta sin líneas, sin rasgos, Violeta fugaz y eterna a la vez.

Me enamoré de ella perdidamente,
del blues de sus finas caderas,
del sabor a tristeza de su lengua.
Llevaba los labios pintados de rojo,
y el alma, como sus pulmones, color ceniza.
Una chica nunca lleva suficiente pintalabios rojo, decía.

La primera vez que la vi, que sería siempre la última,
dilataba sus pupilas al ritmo de una balada imposible,
su voz sonaba igual que una guitarra con las cuerdas rotas.
Este cigarro, esta poesía, estos versos corruptos,
van por ti, Violeta.

Ella fumaba tabaco negro entre canción y canción,
sujetaba la guitarra acústica con sus delgados dedos y chupaba el filtro, saboreándolo,
pintándolo de carmín.
Luego reanudaba la música, que no se oía apenas,
eclipsada por sus grandes ojos negros.

Horas más tarde, cuando se desnudaba,
y dejaba que la luna iluminase su cuerpo, de líneas casi infantiles,
toda hueso, toda alma y poco corazón,
sentí una tristeza desgarradora.

Violeta era una poesía oscura, oscura como la noche,
oscura como sus ojos,
oscura como la historia que su voz color gintonic narró mientras amanecía.
Estoy rota, me confesó en un susurro ensordecedor.

Luego se rompió para siempre.Su última noche fue para mí.
Y sin embargo, fue menos mía que de nadie.

Dentro

Tengo diez mariposas
muertas
encerradas en el estómago,
el recuerdo de una primavera
que se acabó,
y tres inviernos
nevando
en mi hígado.

Tengo un corazón marchito,
un pulmón (y medio)
colapsado de nenúfares
y una tristeza blanca,
color frío.

Tengo una cicatriz
que me atraviesa
el pecho
-y el alma-
cinco suspiros
que me guardo
por si acaso
todavía no ha sido suficiente,
y vuelves otra vez
a romperme
los esquemas
y las ganas,
y vuelves a decirme
que me quieres,
pero como siempre,
a media voz,
no vaya a ser
que florezcan
mis pupilas
y tengas que perderte
-perdermede
nuevo,
y vuelva a llover
-dentro de mí-
y vuelvas a llover
-lejos mía-

Tengo dos párpados rotos
de tanto (no) pensarte
y una incerteza
que se clava en la clavícula
cuando te veo demasiado cerca
-y te siento demasiado lejos-
Tengo una garganta mutilada,
y un grito
que me desgarra por dentro.

Tengo sueños,
-pocas veces tengo sueño-
y un insomnio
que podría hablar más de nosotras
de lo que tú
-y yo-
podríamos jamás.

Tengo margaritas,
entre las sienes,
de las que nunca dicen te quiero,
y solo me deshojan,
y me dejan la mente llena de pétalos
y oliendo a ti.

Tengo un agujero
al que algunos llaman alma.

Y tengo una jaula,
llena de nada,
llena de ti,
aquí dentro.

Soy una jaula,
aquí dentro,
llena de nada,
llena de ti.

Y aquí fuera,
tú no estás.

Y yo soy libre,
y puedo ir adónde quiera,
pero me quedo aquí dentro,
contigo.

Aquí dentro tuve dos alas,
y las corté.
Aquí dentro tuve un pájaro,
y lo maté.

Aquí dentro huele a muerte,
pero fuera,

vivo bien.


Araxiel Dóyel

Bajo la lluvia

Me abandono por las calles, bajo la lluvia…
El aire ya no pasa por mis pulmones,
atraviesa mi corazón como un balazo.

Sin respiración,
sentada al lado de la oscuridad
camino por mi mente buscándote,
recorro todos y cada uno de los rincones
donde antes habitaba tu voz.

Me encontraste a la mañana,
bajo el agua de la ducha,
bajando por  tu hombro como un río que se salió de su cauce.

Sin fuerzas para detener la caída
me abandono a ti y a tu tiroteo sentimental,
al humo de las noches,
a tu cintura,
a las miradas cómplices de mis paredes
y a la melancolía.

Quitarte las ganas de besarme,
borrar tus manos de mis muslos,
buscar tu mirada y encontrar el vacío.
Quiero acabar lejos de tus ojos,
poder no pensarte mientras el deseo me come la vida.


Abandonarte por las calles, bajo la lluvia…
Allí donde tus labios ya no son los míos
y la tormenta no deja pensar,
donde solo valen las palabras
cuando me las susurras tan bajo que no puedo ni escucharte
 y desaparezco.

Me abandonas por las calles, bajo la lluvia…
Duele respirar tu piel,
tu aliento,
mis ganas,
el olor de tu pelo y de mi cama empapada.
Mirar por la ventana de mis ojos
y ver el frío de la noche,
el calor de tus suspiros,
las sonrisas después de cada calada,
y mis cenizas…

Atravesaste mi vida
y dejaste en ella una herida que llora,
una herida que nunca te encuentra
y te pierde por las calles,
bajo la lluvia…

Augas de metralla

Quería describila tal e como é,
pero cando sale o era,
todo aquelo semella gris,
coma se fose onte e non hoxe
cando a miraba.

Na súa ausencia respiro o que foi
o seu corpo sentado no meu sofá,
sempre coas súas verbas presas na miña cabeza,
lembrando cada letra sinuosa
coma un dedo debuxando as miñas costas.
Hoxe son feridas que me recordan
que non quería ter escoitado todo aquelo,
nin ter cantado con ela naquel ceo escuro
que para min sonaba coma unha aperta
no medio dunha mañá de frío.

Son coitelos furándose nas miñas meixelas
pero semellan lágrimas de dor,
un alegre dor que a respira.
Tento sorrir mentres ela recita sempre só para min,
dime que non hai, que pode e non está,
paseniño e progresivo todo se esvaece nas súas mans,
aprisióname,
asfíxiame como sempre quixen que fixese,
dende lonxe, moi lonxe.


Dous pasos cara atrás,
un máis e será a ferida a que me abrace.
Sempre tal e como plantexamos nun último día de verán,
sempre por enriba das nosas posibilidades,
volátil pero leal,
como os días de chuvia en Santiago.

Eu síntoa como ela xa non me sinte,
cantarei sen ela,
sempre superando as miñas soidades.
As veces o camiño de volta non remata,
mais mentres o día non venza perante as portas da súa noite,
soñarei cos seus beizos
recorrendo cada límite do meu suspiro.

Tiña un Vietnam na cabeza,
pero tódolos mares nos seus ollos.

Fusión

Cogías las serpientes
que reptaban alrededor de tus pies
 mientras nos acercabas al lugar
por el que nadie apuesta.
Cruzando entre lo blanco y lo azul
yo esperaba a que tus palabras
llegasen a mis oídos.

Pero tus labios ya dormían.
Nos acercabas al abismo por la vía rápida
y yo ya era tu.
Tu, mis piernas y mis brazos,
yo, tus ojos y tus manos.
La luz de la fusión cruzaba los cristales del alba
mientras ahogaba tus suspiros,
anulaba mi mente
y rasgaba lo blanco,
dejándome ver el burdeos espeso en el manto.

Apartabas los límites hasta que llegábamos a ese infinito destino,
wolframio y cobalto fundiéndose en hierro,
minutos y segundos completando las horas.
Agua y dos guitarras,
la canción silenciosa jamás escuchada inundaba tu lugar,
mi lugar,
nuestro cuadro y el sueño.

Pasó un amanecer y su rabia.
Leí en tus labios la lluvia
mientras tu descubrías en mis ojos
las caricias del olvido.

Y así transcurrió lo oscuro,
dos pinceladas con sabor a invierno.

AZUFRE 234, dragones y princesas

Sangrándome cada letra
te escribí un universo.
Un nuevo mundo lleno de dulce
en las alas de la muerte,
gotas de vida resbalando
por la fina catarata de nubes
que nos separaba de lo real.

Como animal alado,
planeabas por el reino de mis susurros,
sin dejar que las estrepitosas sobreactuaciones
inmutaran tu sueño.
Contagiada de tu desdicha
adorné con arias italianas cada rincón,
buscando la nostalgia en tu rostro.
Intentando soñarte mis fúnebres princesas
que adornaban las calles con caricias
de suspiros helados.
Pretendiendo sentir venturosamente
el dulce despertar de tu mirada cansada.
Recorrí cada rincón de Azufre 234
intentando encontrarte en tus memorias.
Grité a tus ideas furias de palabras,
sin conseguir hallar el consuelo de tu latido.
En la eternidad de mi memoria recuerdo tus vuelos.
Nos veremos después del ultimo paseo.

Pensarte

Aínda me sinto pensar.
Non imaxino,
debuxo en cada nota,
coma unha sucesión de acordes disonantes
que cobran sentido cando che rodean a mirada,
a máis infinita das túas curvas.

O son vaise cosendo as miñas mans
e ti, mentras
confúndesme.

Desnuda as miñas ideas,
desnúdate.

Fai que sone melancólica,
desaparece e deixame.

Deixame escribirte.

O mar

Se me deixas aquí, quedo soa,
co corazón nunha man,
e na outra o adeus que non quero decir.

Persígote como as ondas do mar,
mais ti eres a area a que non chego,
a que non quero chegar.
Porque sempre fuxes e me deixas aquí
Quedo soa co medo,
cas ganas de votar un berro e fumar un cigarro
deses que tanto noxo che dan.
Marcha,
pero se volves buscarme nom che saberei decir que non.
Dareiche unha aperta e cantareiche ao oido:
xa nos veremos polo camiño,
se cadra.


Hugo Reine, Recantos no Deserto

Más allá de la fiebre, al otro lado del delirio

Poseo en mi estómago
las inocentes ganas del sonar
de la puerta abriéndose
de la invasión de la calma
del golpe de Estado de la paz

del ruido melodioso
de la sociedad que se convierte
en las esquinas oscuras de mi pensamiento
el allanamiento de morada
de la luz
que puede con todas las oscuridades
con todos los interrogantes
del suelo llenándose de sombras

y sigue subiendo su marea
para ahogarme en algún día
despojado
u olvidado
o quizás ni me acuerde pero
exiliado
por voluntad propia
hasta que el asco del mundo
que es cualquier habitación
que no pasa por la duda de la escoba
ni del atrapapolvos

la única verdad de nuestra naturaleza
la potencialidad infinita
o desinfinita
distópica
sin un trapo para quitar la mierda
de los días que se van acumulando
tras los agujeros de la persiana
del óxido de la ventana que no se abre
por vergüenza ajena
al mundo

en el odio
de la ropa que se ensucia
de las bocas que no se retroalimentan
de los corazones que no beben
otro alcohol de las heridas
de las amistosas, las soledades
las esclavitudes sin mayúscula
y con todo mayúsculas

las malas lenguas
en contra de lo que, penosamente
quizá somos
  
porque después y a pesar de todo
queremos darle la vuelta al mundo
y seguimos siendo incapaces

de tirar el papel del chicle
a la papelera.